Breve esbozo histórico



En esta página vamos a realizar una lectura y análisis del proceso de romanización que se llevó a cabo durante el período del Imperio Romano.
En primer lugar, debemos conceptualizar el término para saber qué estamos estudiando. El concepto de romanización se entiende como el proceso de aculturación que experimentaron las diversas regiones conquistadas por Roma, por el que dichos territorios incorporaron los modos de organización político-sociales, las costumbres y las formas culturales emanadas de Roma o adoptadas por ella. En el caso correspondiente a la península Ibérica, fue de diferente intensidad según las zonas —mayor en el sur y este peninsulares— y se produjo en distintos momentos (más tardío en el oeste y norte).
Como sabemos, el período romano tuvo tres formas de estado: monarquía, república y el imperio. en este sentido, fueron muchos los dirigentes de Roma los que pasaron hasta que, Augusto, sobrino de Julio césar, unificó el Imperio y, continuando el hilo de la base helenística pero adaptándola al contexto romano, sometió a todos sus territorios a una misma estructura social.
Fue un proceso largo e implacable que comenzó cuando los romanos derrotaron a los cartagineses (hacia el 206 a. C.), y que no terminará, oficialmente, hasta el sometimiento de los pueblos cántabros y astures en el 19 a. C. Una de las anécdotas más llamativas que podemos contar de este período de colonización romana sucedió en Numancia, ciudad que se defendió de la invasión romana y, por tanto, de la romanización. Esta página hace una explicación contrastada de qué fue lo sucedido:  Numancia: El muro infranqueable
Este proceso, tuvo dos fases muy importantes: la militar como primer bastión de conquista; y, la segunda, basada en la expansión de la cultura a lo largo de todo el territorio.
En la primera fase se procedió a la conquista militar —de la zona cartaginesa hasta el 206 a.C., de la zona interior durante el siglo II a.C. y del resto en el siglo I a.C.—, no exenta de dificultades debido al valor y ansia de independencia de los indígenas, con continuas rebeliones.
En la segunda fase iniciada cuando aún gran parte de lo que será Hispania no había sido conquistada, se procedió a una asimilación cultural del territorio. Esta no fue total en las últimas regiones sometidas (área cantábrica) ni siquiera en el siglo V cuando se debilitó la presencia romana presa de las invasiones bárbaras, a pesar de llevar 500 años de dominación —muchas veces más nominal que efectiva—, debido al escaso interés por controlar y poblar zonas deprimidas y marginales. Allí pervivieron estructuras gentilicias (clanes) e idiomas (por ejemplo el euskera), así como el sentimiento de identidad que permitiría su supervivencia frente a los visigodos y el islam, posibilitando el nacimiento de los futuros reinos y condados cristianos. Una de las consecuencias del prestigio de Roma y de lo romano será la aspiración a la ciudadanía, conseguida a duras penas por los indígenas a base de dinero o en premio a su fidelidad. Ello, junto a la suavización de los términos en que se acordaron las distintas rendiciones a manos de las legiones y el tiempo transcurrido desde aquellas, fueron creando un clima propicio a la aceptación de lo romano. Punta de lanza de todo esto fue la llegada de inmigrantes de origen romano e itálico, que se fueron estableciendo en ciudades (municipia civium romanurum, coloniae civium romanorum), creando así focos tanto de difusión cultural como de control político y administrativo: Itálica (Sevilla), Corduba (Córdoba), Emerita (Mérida), Barcino (Barcelona), entre otros. La política colonizadora de Julio César y de Augusto en el siglo I a.C. fue el impulso definitivo a esta labor, iniciada tímidamente dos siglos atrás con la llegada de soldados y comerciantes, suponiendo ahora no sólo el asentamiento de veteranos de las legiones —emparejados con las mujeres indígenas— sino también nuevas remesas desde la propia Italia, en busca de nuevas tierras y mejores condiciones de vida. El clima de paz y la lejanía de los frentes bélicos contribuyeron decisivamente a la mejora de la economía y, con ello, a la aceptación definitiva de Roma.
Concretando, la romanización supuso para los territorios del Imperio una homogeneización cultural en muchos sentidos:
  • Jerarquización de la sociedad en clases
  • Adopción de la lengua latina en todos los ámbitos de la vida.
  • Cabe destacar la capacidad romana de adoptar creencias y costumbres de los pueblos conquistados, asumiéndolas como propias e integrándolas en un todo común.
  • Penetración de la religión romana
  • Uso de nombres romanos: praenomen, nomen y cognomen.
  • Construcción, tanto pública como privada.
  • Uso de la moneda
  • Uso de la métrica
  • Aceptación del Derecho romano
  • Apertura de relaciones comerciales.
  • Etc.
Concretando en el territorio peninsular, la romanización supuso la división, tanto administrativa como política, del territorio en tres partes: tarraconense. lausitania y bética.
Inicialmente el territorio fue dividido en 2 provincias: España Citerior (la más cercana geográficamente a Roma, que comprendía el este y noreste peninsulares) e España Ulterior (la más alejada de la metrópoli). Durante doscientos años no se cambió, excepto en los límites geográficos, acrecentados por las conquistas (correspondiendo el centro y norte a la primera y el oeste y noroeste a la segunda). Sin embargo, Augusto en el 27 a.C. dividió la Ulterior en dos nuevas provincias Lusitania y Bética llamando Tarraconense a la Citerior.
El emperador Caracalla a comienzos del siglo III desgajó de la Tarraconense la provincia España Nova Citerior Antoninianafutura Gallaecia, que comprendía el noroeste peninsular. Su sucesor de principios del siglo IV, Diocleciano, creó la Cartaginense (centro y este peninsulares, más las islas Baleares) desgajada también de la Tarraconense. A fines del siglo IV las Baleares pasan a ser provincia insular llamándose Balearica. Por otro lado, el norte de África fue englobado en ese siglo como parte de España con el nombre de Mauritania Tingitana, con capital en Tingis (actual Tánger). Consecuencia de todo ello, en el siglo V España se componía de 7 provincias.
– Lusitania: es la antigua región que formó la provincia romana creada por el emperador Augusto en la península Ibérica el año 27 a.C., con capital en Emerita Augusta (hoy Mérida, España). Las constantes rebeliones contra el poder romano finalizaron en el 72 a.C., fecha del inicio de la definitiva romanización en la región. Su principal figura como héroe de la resistencia fue la de Viriato.
Su nombre completo era Provincia Hispania Ulterior Lusitania y, como su nombre indica, fue, junto con la Bética, una de las dos partes en que se subdividió la antigua Hispania Ulterior. Comprendía el actual Portugal, casi toda Extremadura y parte de las actuales provincias españolas de Salamanca y Zamora, si bien el propio Augusto posteriormente incorporó el norte del Duero a la Tarraconense. Recibe su nombre de sus antiguos habitantes, los lusitanos, con los que Roma luchó durante los siglos II y I a.C. Administrada por el emperador, en el 284, como una de las cinco provincias de la diócesis de Hispania, se dividió en tres distritos o conventos jurídicos con capitales en Emerita, Scallabis (actual Santarém, Portugal) y Iulia Pax (hoy Beja, Portugal). Tuvo importantes minas de cobre en el sur. Fue ocupada por los alanos (411) y, posteriormente, por los suevos (439). En el 582 fue sometida por el rey visigodo Leovigildo.
– Bética: es la provincia romana de la península Ibérica creada por Augusto en el 27 a.C., que toma su nombre del río Baetis (actual Guadalquivir) y cuya capital fue Hispalis, hoy Sevilla. Su nombre completo era Provincia Hispania Ulterior Baetica y estaba constituida por el centro y oeste de Andalucía, sur de Extremadura y parte de Ciudad Real, aunque el rico distrito minero de Castulo (cerca de Linares, en Jaén) pasó en el 7 a.C. a la Tarraconense. Era una de las zonas más romanizadas de Hispania y su administración correspondía al Senado, si bien a finales del Imperio la autoridad imperial se hizo preponderante. Tuvo 4 distritos con capitales en Hispalis, Gades (Cádiz), Astigi (Écija) y Corduba (Córdoba), destacando Hispalis como capital de Hispania durante el Bajo Imperio (siglos IV y V). Provincia fértil en agricultura, minería y comercio, fue lugar de asentamiento de colonos romanos desde su conquista, y en ella nacieron Trajano (y probablemente también su pupilo Adriano), Séneca, Lucano, Mela y Columela.
– Tarraconense: es la provincia romana establecida por Augusto en la península Ibérica el año 27 a.C. y con capital en Tarraco (la actual Tarragona). Su nombre latino completo era Provincia Hispania Citerior Tarraconensis y sus límites se correspondían con los de la Provincia Citerior creada en el 197 a.C. (valle del Ebro, Levante y parte de la Meseta Sur) más los territorios conquistados de la zona cántabra y adyacentes. Posteriormente, Augusto incorporó Galicia, el norte de Portugal y el territorio de los astures (desde Asturias a Zamora). Era provincia imperial, sometida a la autoridad directa del emperador sin intervención del Senado, debido a la necesidad de mantener tropas para controlar los focos rebeldes del norte y a la rica producción minera. Tuvo siete distritos con capitales en Lucus, Bracara, Asturica, Clunia, Caesaraugusta, CartagoNova y Tarraco. En el Bajo Imperio (siglos IV y V) sólo incluía el valle del Ebro y el este de la zona cantábrica.

Una vez hecho el repaso geopolítico que construyó el Imperio romano, pasemos a enumerar en cinco puntos, los aspectos más relevantes del proceso de romanización que tuvo lugar en la Edad Antigua:
Se entiende por romanización el lento proceso de asimilación de la cultura, civilización y modo de vivir de los romanos por el pueblo hispano que duró seis siglos. Los factores que hicieron posible este proceso fueron los siguientes:
I. El derecho de ciudadanía que constituía la aspiración común de todos los pueblos sometidos ya que conllevaba grandes privilegios. En Hispania a partir de César que concedió a muchos municipios y finalmente en el año 212 d.C. el emperador Caracalla extendió esta prerrogativa a todos los habitantes libres del Imperio.
II. La fundación de las colonias y el régimen municipal: cada colonia era un centro de romanización, ya que estaba integrada por ciudadanos romanos que se organizaban y vivían como si estuvieran en la propia Roma y por indígenas que estaban en contacto con ellos, por lo cual el pensamiento y la civilización eran asimilados por los nativos. El municipio era una ciudad principal y libre, que tenía sus propias leyes y nombraba sus gobernantes independientemente de Roma, siendo los órganos esenciales de éste semejantes a los de Roma: las Asambleas populares, los magistrados, etc.
III. La influencia del ejército en la romanización fue decisiva: resultó ser el transmisor fundamental de la lengua latina. Los soldados reclutados entre la población hispana automáticamente adquirían el derecho de ciudadanía; así, al licenciarse, engrosaban el estamento de ciudadanos y se convertían en agentes activos de romanización.
IV. La lengua latina logró imponerse a las demás lenguas nacionales excepto al euskera que se habla en la zona norte) por medio de los funcionarios, del ejercito, de la enseñanza y del culto religioso y sobre todo a través de las relaciones comerciales ya que era la lengua universal en los países del Mediterráneo.
V. La extensa red de comunicaciones que proporcionaba el conjunto de calzadas romanas (más de 10.000 kilómetros) facilitó la comunicación entre las distintas regiones, tanto en la costa como en el interior, impulsando de esta manera el desarrollo del comercio entre todas ellas y, por tanto, la romanización.

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